Quiero amarte sin asfixiarte,
apreciarte sin juzgarte,
unirme a ti sin esclavizarte (me),
invitarte sin exigirte,
dejarte sin sentirme culpable,
criticarte sin herirte,
ayudarte sin menospreciarte.
Si puedo tener lo mismo de ti,
entonces nos podemos
realmente encontrar
y enriquecernos mutuamente.
Comentemos brevemente algunas de estas frases lapidarias.
* “Amarte sin asfixiarte”: el amor es peligroso. Su ímpetu puede ser tan arrollador, tan invasor, tan posesivo, que mutile o aniquile a la persona amada.
* “Apreciarte sin juzgarte”: el aprecio genuino y equilibrado de las conductas del otro alienta, anima, sustenta. Los juicios globales de su persona son tan injustos como ineficaces.
* “Unirme a ti sin esclavizarte (me)”: el amor tiende a la unión de las personas que se aman, pero puede caer en la trampa de querer esclavizar la una a la otra, con grave detrimento de la relación.
* “Invitarte sin exigirte”: el amor, o se da libremente o no es amor verdadero; por tanto, el amor crece no por imposición, sino por invitación.
* “Dejarte sin sentirme culpable”: si por “dejarte” entendemos un distanciamiento temporal y provisional, que puede ser saludable para la relación, está claro que no hay por qué sentirse culpable. Pero si entendemos una separación definitiva, la frase puede ser también aplicable a situaciones extremas: si el amor se ha extinguido realmente, ¿no sería mejor dar por terminada la relación?
* “Criticarte sin herirte”: en el contexto de una relación amorosa, me atrevo a decir como Martín Descalzo, sólo tenemos derecho a criticar al otro si lo amamos de verdad y, por tanto, tenemos la obligación de hacerlo con amor, indicando lo negativo de la conducta del otro sin descalificar hirientemente la globalidad de su persona.
* “Y ayudarte sin menospreciarte”: ayudar y dejarse ayudar desde la igualdad compartida es enriquecedor. De lo contrario fácilmente se insinúa el menosprecio, que tanto puede dañar una relación.
Vía|HECF